62 / MODELO PARA ARMAR (1968), JULIO CORTÁZAR
Para poder escribir esta reseña me veo llevado a releer el capítulo 62 de Rayuela, me veo llevado a volver a tomar a Rayuela entre mis manos (cosa que no me molesta en absoluto) y reencontrarme con Julio Cortázar.
Lo que expresa Morelli en el capítulo 62 de Rayuela queda bastante claro: ¿cómo puede haber quienes busquen reducir el comportamiento humano a teorías químicas del pensamiento? ¿Cómo podrían explicar esas teorías la existencia de los comportamientos que usualmente nos toca experimentar, derivados del amor, los celos, la piedad, incluso de la búsqueda del ser, de la constante necesidad de proyectar nuestro ser, y cosas por el estilo? Morelli no acepta reduccionismos, y Cortázar lo justifica escribiendo una novela tan compleja como el propio comportamiento humano, demostrando finalmente que siempre va a haber algo más que la ciencia no podrá llegar a comprender, pero que quizá sí el arte.
En 62 / Modelo para armar, novela publicada en 1968 (cinco años después que Rayuela), nos encontramos, un vez más, con un grupo de amigos viviendo en Europa y adolesciendo las idas y vueltas de sus propias existencias y sentimientos encontrados. Tell, Austin, Hélene, Polanco, Celia, Calac, Nicole, Marrast y Juan, sin embargo, son un grupo de amigos que viven repartidos por París, Londres, Viena, Arcueil, unidos por la amistad (en algunos casos por romances o affaires) y el arte, y separados sólo por unas insignificantes horas en tren. Como cabría esperar, en esta antinovela no pueden faltar los narradores diversos, mezclados y amantes del juego lingüístico. A su vez, los paisajes cambian de un párrafo a otro (en esta obra no hay capítulos), así también como de personajes y temporalidades. Literalmente, el lector tiene que armar la trama de esta novela a medida que va avanzando en su lectura.
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